La ceguera… hay un refrán aquí que dice: “No hay más ciego que el que no quiere ver”. No es de la ceguera física de lo que hablo, no me refiero a la falta o atrofia del sentido de la vista. Hablo aquí del estar personalmente ciego; del no darse cuenta, o del no querer darse cuenta. Porque, no es lo mismo no darse cuenta porque no caemos en ello, porque no nos damos cuenta, por ignorancia; que no querer darse cuenta, a sabiendas de lo que ocurre. Es realmente peor y más grave, a mi juicio, el no querer darse cuenta porque, quien no quiere, es consciente de eso que hay, pero se hace el ciego, no quiere ser consciente, no quiere ver, no quiere darse cuenta; es un hipócrita, un falso. Sin embargo, aquel que simplemente no conocía o no había reparado en una situación, no tiene mala idea, mala voluntad, no tiene hipocresía ni tiene falsedad… simplemente ignora eso.
Mucha gente, en ocasiones es ciega por ignorancia en cuanto a alguna situación. Y hay otra gente –pongamos como ejemplo los padres- que en muchas ocasiones se hacen los ciegos; es decir, no quieren ver lo que están viendo, no quieren reconocer que está pasando algo, sólo porque les incomoda o no les gusta, no quieren enfrentarse y dar la cara con la situación. Prefieren hacer como que eso no pasa. También actúan en consonancia para los demás aspectos del día a día… se hacen los ignorantes sin serlo, los ciegos, hasta que se les descubre y les vemos la verdadera cara. Prefieren no mover pieza… Prefieren “no ver” a tener que actuar como lo que son:
1º personas totalmente maduras, adultas, y preparadas; y 2º padres.
A mí no me gusta la ceguera, y en especial detesto la falsa ceguera; no podría vivir sin ver físicamente y no puedo vivir haciéndome el ciego. Si alguna vez lo he estado, o alguna vez lo estoy, es por ignorancia.
Ricardo Bernés Cuevas.